Tele-dirigid@s

Estándar

Cada día nos atormentan con programas nefastos, que rellenan el cerebro de quiénes los ven, como si de un pavo en la noche de acción de gracias se tratase.

Jóvenes que venden su intimidad ante una cámara, rodeados de aquellos que mueven los hilos para que digan ésto o aquello, ahora sí, ahora no. ‘Ponte la falda más corta que tengas, enséñalo todo y sonríe, bonita’.

Ellos se ‘mazan’ hasta más no poder, y presumen de ser los más ligones del planeta, abarrotando discotecas de noche en noche, y llenando sus camas con cientos de oportunidades.

Es lo que tiene el papel couché. Da poder en un cierto sentido y hace que quiénes se sienten atraídos por él, no quieran abandonar el gran columpio que les propulsa a la más desequilibrante fama.

Que vendan sus vidas ante las cámaras cada vez resulta más familiar, y ya nadie se lleva las manos a la cabeza. Pero deberíamos pensar a partir de qué momento ocurrió todo ésto y cuál es el límite.

El papel de la mujer, en muchas ocasiones, viene diseñado por otros, y conducen los comportamientos de marionetas ‘incultas y soñadoras’ que creen haber encontrado la felicidad más absoluta.

Se equivocan cuando confían en la gente que les rodea. De cincuenta se salvará uno, o no…

Hay mucha gente que niega ver programas ‘basura’ y luego son los primeros que hacen zapping (como el que no quiere la cosa) para echar un vistazo, sin más. Pero quizás todos deberíamos echar ese vistazo alguna vez, para coger carrerilla y salir corriendo, cuanto más lejos, mejor.

Yo que viví en Italia un tiempo, puedo asegurar que la televisión allí es la reina en ridiculizar a la mujer, y en crear un estereotipo ‘en tanga todo el día’, que no sabe hacer la O con un canuto, y que las presentan como objetos de quita y pon.

No dejemos que ocurra lo mismo en nuestro país.

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